#Video: Los de abajo
Escrito por Radio Mejor el 3 de noviembre de 2023
Por María de Bernal
Un día hermoso este primero de noviembre. Particularmente en nuestro país, tan fiestero y festejoso, solemos disfrutar de recuerdos y bellas anécdotas de personajes que han sido especiales en nuestras vidas. Y compartimos con los nuestros algunas de estas vivencias que dicen tanto a nuestro diario vivir.
Qué huella tan hermosa deja, por ejemplo, ese vecino al que vemos siempre alegre, siempre feliz, risueño y dicharachero, encontrando siempre lo positivo de cualquier circunstancia y contagiando su alegría. Y no es que no tenga problemas, es que no se deja vencer.
Cómo pienso también en aquella compañera de trabajo en el Hospital donde servía yo hace unos años. Sabemos que un hospital no es el lugar más agradable para estar, y trabajar en uno puede resultar fatigoso, desgastante, incluso deprimente. El dolor y el sufrimiento te rodean todo el día. Isabel, mi compañera, decía que era el mejor ambiente para sembrar esperanza y así se pasaba las horas, consolando, compartiendo, sirviendo. Siempre con la sonrisa en su rostro moreno.
Recuerdo al tío Roberto, con su cojera permanente por el accidente que sufrió de joven, con esa perseverancia tan suya, inquebrantable, y su dicho: Mejor de una vez, mi niña, porque si no, se me olvida. Era diligente como pocos, “rapidito y de buen modo” decía, y no recuerdo que nunca haya dejado algo para después.
Conozco a alguien que no puede decir que no a quien le pide ayuda y ahí anda, consiguiendo recursos para solventar necesidades ajenas, tratando de apoyar a quien más lo necesita. Conoce a los pobres que viven cerca de su casa y les llama por su nombre. Dice que le recuerdan la parábola del Buen Samaritano y le gusta actuar así.
Seguramente conocemos también personas muy generosas. Yo sé de una que dice que no puede gastar todo su ingreso porque si lo hace, no le alcanza para socorrer a quien lo necesita. Así que hace un guardadito mensual en vez de darse algún gustito. Y dice que disfruta mucho darle el gustito a aquella casa de reposo que tanto lo necesita.
Estamos hablando de lo que el papa Francisco llama “los santos de la puerta de al lado”. Esos seres humanos estupendos que comparten nuestra vida de muchas maneras y que se convierten en ejemplos a seguir, personas con las que cuentas por su generosidad y su entrega, que están atentas a las necesidades de los demás sin alardear ni presumir, que tienen una actitud ante la vida que te llena de esperanza aun en medio de dificultades, conflictos y problemas. Son esas personas que, sin saber cómo, tienen siempre la palabra precisa de consuelo o de apoyo o de estímulo. Esas que te hacen exclamar “yo quiero ser como tú cuando sea grande”. Porque también son personas que saben defender la verdad, que no se
acobardan ni se venden al mejor postor, que no se traicionan a sí mismas cediendo a presiones o amenazas. Valientes hasta la muerte porque saben y viven el valor de la fidelidad a Dios, a su palabra y a sí mismas.
De personas así está lleno nuestro mundo, a algunas las conocemos, son, como decíamos, los santos de la puerta de al lado. Tenemos el concepto un tanto equivocado de que la santidad está reservada para grandes héroes. No es así. Los santos conocidos fueron, en su momento, personas tan comunes como tú y como yo, amas de casa, profesores, médicos, albañiles, estudiantes, campesinos, artistas, hasta políticos, vaya. De todo.
Hombres y mujeres, ricos y pobres, jóvenes y viejos, grandes letrados y humildes labriegos. Algunos con grandes sufrimientos y otros con vidas muy apacibles. Todos con defectos y cualidades, como tú y yo. Pero, eso sí, todos con la vida puesta en Dios, sin restricciones ni condiciones. Ahora los conocemos por sus nombres, conocemos algunas de sus historias, nos podemos identificar con alguno en especial y podemos acudir a ellos, hablar con ellos, hacer una amistad personal con ellos.
Y de ellos se trata la fiesta de hoy, de estas personas entrañables que nos mostraron con su vida las grandes posibilidades de vivir en plenitud, con el corazón henchido de Dios y la mano extendida para quien lo requiera, dando cada día un poquito más de sí.
Te dejo una frase de un escritor de mediados del siglo XX: Él decía que “para ser santo no hay que dejar de ser hombre, basta con serlo mejor” y yo creo que nuestros festejados de hoy lo supieron hacer muy bien.